El domingo pasado me encontraba en Edimburgo, pasando unos días en casa de mis suegros, cuando, a la hora del té, empezó a llover suavemente,como casi cada día. Detrás de los ventanales de la casa, situada a ras de playa,el mar, el cielo y la arena se superponían en un vaivén irregular de transparencias grises.Las nubes eran cada vez más densas, y yo empezaba a sentir el frío que habitaba el otro lado del cristal.
Presa de un fuerte deseo de pasar al otro lado de la ventana me escabullí discretamente. Las voces de mis hijos hablando con sus abuelos y el chirrido de los goznes de la puerta al cerrarse se fundieron en un sonido único que se apagó de golpe, tragado por la espesura de los muros y el repiqueo de la lluvia que caía ya con fuerza encima de las losas de la parte delantera de la casa. Pasé con sigilo, pisando la lluvia con el cuidado que merece mientras por mi nariz subía el aroma fundido de todas las flores del patio delantero.
Caminé diez minutos, los que separan la casa de la playa de Portobello.Llegué al promenade, el paseo marítimo.Me quedé un rato mirando como el agua del mar se alejaba de la costa.Quizá estuve dos horas sentada en aquel banco de piedra blanco, perdiendo la noción del tiempo mientras contemplaba aquella naturaleza tan viva y tan fuerte.El mar estaba ya lejos, y encima de la arena había un montón de mejillones y pechinas.
Decidí quitarme los zapatos y caminar hacia la arena.Los tablones de madera del paseo brillaban, encerados de lluvia. Mi mente se deslizaba dentro de un paisaje de manchas en perpetuo movimiento. Después de una larga caminata empecé a notar como mi abrigo, empapado de lluvia, pesaba demasiado. Cansada me senté sobre la arena porosa. Las nubes se quedaban adheridas en capas movedizas encima de la película de agua dejada por el mar al retirarse. De él solo se oía el rumor. La lluvia había cesado.
Me quedé allí sentada durante horas, fundida en un pensamiento que ahora no consigo recordar por más que lo intente.Hasta que oí a mis hijos llamándome:
“Mamá, es hora de desayunar, despierta que tenemos hambre”
¡Vaya! ¡qué rollo que sólo fuera un sueño! Me has hecho sentir muchas cosas, hasta preocupación por el abrigo empapado. ¿A quien se le ocurre no llevar un impermeable, gabardina o así? :))
ResponderEliminarPrecioso Anna. Muy evocador.
Un sueño en el relato Isabel, pero el relato procede de la realidad.Hace dos años lo viví y tengo ganas de repetirlo.:) ¡Gracias por leerlo!
ResponderEliminarPues a mí me da ganas de estar ahí, de verdad. Me llega todo un mundo de sensaciones.
ResponderEliminarPrecioso, Anna. Me he sentido transportado hacia una situación que he pensado mil veces y que nunca he llegado a hacer realidad. Pasearme por la orilla en invierno y lloviendo.
ResponderEliminar¿Sabes que no tenía ni idea de que "pechinas" fuera correcto? Y sí lo es, sí.
Pues yo acabo de estar allí. Tú me has llevado!!!
ResponderEliminarHa sido un momento de tranquilidad absoluta el que me has hecho vivir.
Gracias!!!!
Shemba
Me encanta que os guste.
ResponderEliminarPues Pep, no te lo pierdas, es una experiencia fantástica.
Isabel, si alguna vez quieres ir,me lo dices ;)
Shemby, es que el mar relaja mucho ;)
Me ha encantado.Lo siento si suena repetitivo, pero a mi también me has transportado ^^
ResponderEliminarEs tan evocador...
ResponderEliminarBuaaaaa,yo quiero ir a Edimburgooooooo
Carmen
¿Y les pusiste el desayuno después de la faena que te hicieron?
ResponderEliminarYo les habría castigado una semana sin la play por joder un paseo tan...tan...tan...
¿me llevas la próxima vez que vayas?
Os llevo undo queráis.Donde caben 4 caben más :)
ResponderEliminarYa puedes ir fletando un avión, que los doggies nos vamos a Edimburgo, jijijiji.
ResponderEliminarHa sido un relato maravilloso, me he imaginado cada sensación y era como si la viviese.
Al contrario que la mayoría, yo suelo ir a la playa más en invierno, me encanta cuando llueve y me gusta mucho más el olor del mar, es auténtico, en verano solo huele a crema solar.
Besetes!!
Darth