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Uno de los mejores inventos de la humanidad, ha sido el transporte público y estoy totalmente convencido de que viajar en el metro en verano es compartir.
Sí, ya sé que quién lea esto va a pensar en la compartimenta de olores sobaquiles, a alientos de ajo mañanero, a pelo sin lavar de semanas y demás, pero no va exactamente por ahí la cosa, aunque algo hay en ello.
En horas punta, la gente sudada a causa del calor, se agolpa en los vagones y aunque estén climatizados, el sudor queda suspendido en el ambiente, por lo cual nunca deja de desaparecer del todo.
El peor de los casos, reside en los escasos lugares para sentarte y a partir de aquí es cuando tengo que contar mi reciente experiencia no apta para mentes demasiado escrupulosas.
Mi último trayecto en ese tipo de transporte público, me obligó a estar un determinado tiempo de pie a causa de la enorme cantidad de gente que como marabunta se amontonaba en el vagón, cosa por cierto un tanto incómodo ya que tengo ciertos problemas de movilidad y estar en esta posición durante mucho rato, me es un inconveniente. Sea como sea, una hermosa chica que vestía una llamativa minifalda, viendo mi lamentable estado físico, muy educadamente me ofreció su asiento. No hace falta decir que quedé muy gratamente sorprendido, ya que a estas alturas semejante muestra de civismo escasea bastante hoy en día y más en la juventud.
Al principio me negué cortésmente alegando que no era necesario, pero ante su insistencia, me resigné a ocupar aquel espacio que tan gentilmente me había ofrecido aquella maravillosa y casi diría angelical muchacha.
Viajé durante un par de trayectos cómodamente sentado hasta que por fin en la tercera parada, aquella amable chica de largas y bien contorneadas piernas y escasa tela se apeó. Nada más arrancar de nuevo el metro, me levanté y ofrecí orgulloso de mi buena educación, mi asiento a una anciana que ocupaba el mismo lugar en el que estaba yo antes. Me lo agradeció con una sonrisa y se sentó sin advertir en la mezcla de humores líquidos que procedían de mis pantalones, mezclados con los de los muslos de aquella cívica y guapa minifaldera.
Que bonito es compartir.
Ya puestos, se trata de dos inventos. El metro y la minifalda.
ResponderEliminarEl metro, la minifalda, la buena educación, los ardores del verano...
ResponderEliminar¿Que te cedió el asiento una joven?
El metro, la minifalda, la fantasía....
ehem, ehem, el verano....
Jajajaaaajajaaaa
ResponderEliminarA la anciana le traería buenos recuerdos esa sensación húmeda ahí... jajajaaa.
Darth
Jo,Pep,me has retrasado la hora de la comida
ResponderEliminarMenos mal que una ya está hecha a casi to
Carmen
Juas juas juas ¿por qué será que no me sorprende el final?
ResponderEliminarGran invento el metro,¿verdad Pep? Aunque la minifalda seguro que os gusta más. :P
! qué bueno !....pero ....
ResponderEliminarse daría cuenta la anciana o disfrutaría soñando qué había sido ella?...
jOzú! ¡POL DIÓ!
ResponderEliminarNo,si no es la comía me da la lexe este hombre...
Sisi un "encanto" los transportes públicos,joe,Pep,como se nota jomio que los coges bien poco y en cima te me llevas One alegría pal cuelpo MA CA RE NO.
MOrdisKito
Marrano...
Compartir también es un gran invento... y más en el transporte público... jejeje
ResponderEliminarNo sé, no sé, iba yo leyendo y me decía ¡qué raro! Aquí no pasa nada, no hi ha "marro"... ¡Jopaplines! Menudo "marro" al final.
ResponderEliminarCoshiiiiiiiino!!! jejejejejeje.