Tenía trece años, iba a séptimo de E.G.B., era buena niña, no armaba nunca jaleo, como ya os había comentado pues era muy tímida. Aquel día, no sé qué pasó por mi cabeza, pero en la escuela pasó esto.
Era por la tarde, el profesor de lengua castellana, Venerando, se llamaba, (y se llama, con ese nombre, como para olvidarlo) nos había mandado aprender una poesía, estábamos de pié rodeando la clase, y el profesor estaba sentado en uno de nuestros bancos. Cada uno iba diciendo una estrofa, cuando llegó a mí, me quedé en blanco, el profesor continuó, a mí me dio rabia (¡jopetas para una vez que estudiaba!), y espeté en alto: - Este tío es un hijo de puta y no me ha dejado hablar.
No lo dije para que me oyera el profesor. El profesor me oyó, vamos que si me oyó. El hombre es alto, de una envergadura considerable, y era y es bastante serio, me hizo el ademán con la mano de que fuera a su mesa. Me dio miedo, pensé, cuando llegue donde está sentado me va a dar un guantazo que me va a tirar al suelo.
He de decir, y marco un inciso en la historia, que al profesor, sólo he visto levantar la mano una vez, y no a mí precisamente, a un chaval de la clase, por alguna cosa que hizo, no le llegó a dar, pero vio la mano muy cerca. Solo hacía dos semanas que había pasado eso con este chaval, cuando yo solté mi burrada.
Llegué a su mesa, y sin levantar la voz dijo: - Repite lo que acabas de decir.
No contesté de palabra. Le dije que no con la cabeza.
Me dijo, todavía más bajito: - Fuera de clase.
Obedecí ipso facto, salí de la clase, y me puse a llorar. Cuando acabaron las clases, el profesor me llevó a su despacho, y repitió lo mismo que me había dicho en clase: -Repite lo que has dicho.
Contesté: -¿Para qué quiere que se lo repita, si Ud. ya lo ha oído?
El profesor: - Elena, es verdad que ya lo he oído, tienes razón. Sabes que por esto te podría expulsar de la Escola, esto es lo último que esperaba de ti, no sé qué te sucede pero son comportamientos que no voy a aguantar, y tú lo sabes y ahora explícame ¿Qué te pasó en clase?
-Me dio rabia, me sé la poesía, pero cuando llegó a mí el turno pues me quedado en blanco, si me la hubiera preguntado desde el principio.
Yo miraba el teléfono de su mesa, si llamaba a mis padres, era niña muerta, porque mis padres que me han aguantado muchas cosas pero las faltas de respeto no, ni una. Y por eso si que me iba a llevar un par de bofetadas en casa.
El profesor que sabía más que nadie, me dijo: - No te preocupes, no voy a llamar a tu casa. Mañana hablamos.
Yo no me atreví a decirlo en casa. Ahora sé que no me hubieran dado un cachete, pero entonces con trece años, pues...
Jamás hablamos al día siguiente.
El profesor no llamó a mi casa. Dejó pasar unas (un par de ellas) semanas, y les mandó una nota a mis padres para que fueran hablar con la tutora, mi madre fue, y la tutora y el profesor hablaron con ella. La bronca de mis padres fue gorda, no me llevé ningún bofetón, ni castigo.
Ni me castigó, ni me expulsó.* Estuvo enfadado conmigo un tiempo. Un día que el profesor lo tenía ya olvidado, fui a su despacho, piqué me acerqué y le dije: Lo siento, perdóneme. Estaba a finales de Séptimo.
Y si me perdonó. Me dio un abrazo y un beso.
Yo de esto último no me acordaba, hace unos meses, lo reencontré, y se lo dije, ¿profe se acuerda Ud. de mí? El día del poema fallido, mire que lo siento. Vene (así es como lo conocemos todos), me lo dijo: -Elena, hostias, que en su día ya te disculpaste.
La última parte de esta historia es un recuerdo suyo no mío*. No veáis si se acordaba, que hartón a reír nos dimos los dos.
El profesor es un gran tipo, no por su tamaño, por lo persona que es. Le hubiera sido fácil, echarme de la Escola, pero como él dice," educo personas, y las personas se equivocan, así se aprende".
A día de hoy, mantengo amistad con él. De estas cosas te acuerdas de por vida. Aprendí mucho aquel día.
¡Gracias profesor!