Hace ya unos cuantos años hice un viaje junto con unos compañeros a Guinea Bissau de lo más peculiar. Nuestro objetivo era la pesca de altura que se practicaba en el archipiélago de Bissagos y teníamos la base en la isla de Bubaque, una de las pocas habitadas en aquella enorme zona de islotes, muchos de los cuales ni siquiera habían sido pisados nunca por el ser humano.
En aquella isla de ensueño, poca cosa se podía hacer, salvo contemplar las estrellas por la noche. Quién no ha estado en África no ha visto nunca espectáculo más vello.
La característica principal de la isla, al igual que en algunas otras, era la extrema pobreza de sus gentes, que pese a esa circunstancia, no pasaban hambre, pues sobraba el pescado, el marisco y también muchas frutas tropicales como los mangos, anacardos, cocos y demás. Vivían en míseras chavolas que únicamente utilizaban para dormir, puesto que de día la temperatura en su interior era sofocante. Vestían con harapos y muchas mujeres usaban como única prenda de vestir una simple falda confeccionada con hojas secas.
En el interior de la isla, no había nada, salvo una enmarañada selva de espinos imposible de traspasar ni siquiera a base de machetazos. Los escasos claros sólo eran accesibles por unas diminutas sendas que con dificultad cuidaban los lugareños para que la vegetación no las borrase para siempre. Por suerte la isla es pequeña y consecuentemente la pérdida de orientación en ella, imposible y las distancias muy cortas. Creo recordar que medía unos
Cierto día, paseando por una de esas sendas plagadas de llamativas y para mí desconocidas flores, me encontré en un espacio abierto en el que había un enorme baobab en el centro y cual fue mi sorpresa al comprobar que éste estaba hueco y que en su interior había una niña de unos 9 o 10 años de edad. Por no tener, ni siquiera tenía nada con que proteger su cuerpo. Iba completamente desnuda y muy sucia, pues su piel era del mismo color que el del suelo que yo pisaba en aquel momento. El pelo enmarañado y medio solidificado por falta de agua le llegaba a media espalda y unas uñas largas y llenas de suciedad adornaban sus pies y manos. Sin embargo no parecía ni enferma ni hambrienta y en su rostro no había miedo ni desesperanza. Sólo una visible curiosidad por el color de mi piel. Estaba claro que no había visto muchos hombres blancos en su vida.
El “skipper”(*) que me acompañaba y que me hacía las veces de guía por aquel exótico lugar, viendo mi sorpresa, me explicó con cierta dificultad a causa del problema idiomático, que aquella niña no tenía padres y que vivía dentro de aquel árbol.
Enseguida mi mente procesó aquella situación, dándome a entender lo desgraciada que era aquella criatura en aquella dramática situación. Me la imaginé sufriendo por las inclemencias del tiempo, en las dificultades para encontrar comida y bebida y muchas cosas más que para un occidental se nos hacen increíblemente penosas.
Supongo que al lector le pasará lo mismo que me pasó a mí. Cualquiera que lea esto se dirá: Pobre niña. Qué infancia más terrible.
Nada más lejos de la realidad. Lo que pasa es que a veces no vemos más allá de nuestras propias narices.
Aquella niña cada mañana bebía de la gran cantidad del limpio rocío que emanaba de las hojas de aquel inmenso árbol y que se canalizaba hasta llegar a unas grandes y cóncavas hojas verdes depositadas en lugares estratégicos. Cada día se frotaba su desnudo cuerpo con la finísima arena rojiza cual talco, para su higiene personal y porqué además, aquella delgada capa de polvo rojo, la protegía de los parásitos, de la mordedura de insectos y también le suministraba un abrigo por la noche y protección contra el sol durante el día. Hacía con sus propios orines una mezcla arcillosa para proteger su cuero cabelludo, atado con una de sus propias trenzas y con aquellas uñas, trepaba a lo más alto de los árboles como si de una ardilla se tratara, para coger cocos y otras frutas muy abundantes en la isla que yo desconocía por completo.
A diferencia de los lugareños que vivían en chozas de paja y que las inclemencias del tiempo a menudo destrozaban, aquella niña estaba protegida del viento, de las torrenciales lluvias del trópico, de las extremas temperaturas de día y del frío de algunas escasas noches.
Pero aún hay más.
En aquella isla, la religión predominante es la animista. Eso quiere decir que aquella gente, están en perpetua comunión con la naturaleza, a la cual consideran su principal deidad. El sol, el mar, el viento, la tierra, los árboles y todo lo demás unen un todo y gracias a ello nacen, viven, comen, se procrean y mueren. Así todos sus ritos y plegarias van en dirección a algo muy real y casi siempre palpable. Todo lo contrario de las demás religiones, donde se venera a personajes ficticios que han sido creados por la manipuladora mente del hombre y que nadie han visto jamás. En cambio esas gentes cada día ven como nace el sol, como cae agua del cielo y como los árboles dan frutos y el mar pescado para saciar su hambre. Todo ese conjunto forma un Dios al que se le tiene no sólo que alabar sino también que cuidar. ¿Para qué pescar un montón de peces si con un par ya tenemos suficiente? Conclusiones en definitiva que para cualquier europeo se nos hace difícil de asimilar. Allí no existe la ambición por lógica y también por lógica soportan con lo que la naturaleza les premia o les castiga. Todo tiene una causa y la casualidad no existe.
Basándose es esas lógicas, aquella niña era parte de su deidad, puesto que estaba perfectamente conjuntada con la naturaleza. Hacía sus necesidades junto a un enorme mango de dimensiones descomunales y la gente estaba segura que era a causa del abono que le suministraba aquella niña, cosa por otra parte, bastante probable o al menos posible. Por ello, en cierta manera era también venerada y muy a menudo obsequiada con lo que buenamente podían muchos de ellos, ya fuera con un pescado o con un pequeño cuenco de arroz hervido. También le regalaban ostras a menudo, pues su valor es allí insignificante debido a su abundancia. Algunos afortunados poseen gallinas ponedoras, alguna cabra o vaca, las cuales viven en absoluta libertad, con lo cual también era obsequiada amenudo con algún huevo o un poco de leche.
A decir verdad, aquella niña de lo único que carecía era de problemas, pues según me contaron, ni tan siquiera se había puesto enferma una sola vez.
Cuando llegamos a la isla, íbamos cargados de caramelos que distribuíamos generosamente entre los niños que nos rodeaban constantemente como un montón hormigas. Se los dábamos a puñados lanzándolos al aire para que aquel enjambre no se nos echara encima. Cabe decir que estaban muy contentos y que incluso se empeñaban en agradecernos el detalle, obsequiándonos con anacardos recolectados por ellos mismos y tostados para que no tuviéramos problemas para romper las cáscaras. Es curioso comprobar que no hay gente más generosa que la que nada tiene.
En un momento dado en que quise darle algunos de aquellos caramelos a aquella niña del árbol, ésta me obsequió con una amable y pícara sonrisa, rechazándolos con mayor educación de la que cabía esperar. Estaba relamiéndose y en el suelo había varios envoltorios. Ni siquiera tenía la necesidad de pedir o de aceptar.
Desde entonces sueño muy a menudo con esa niña y a decir verdad y gracias a ella, he aprendido muchas cosas que antes ni se me habían pasado por la cabeza.
(Esta historia es totalmente verídica)
(*) Skipper significa criado, aunque su traducción literal sería “capitán”. En ciertas partes de África es muy difícil desenvolverse sin tener uno. Antiguamente eran esclavos, pero por suerte la cosa ha cambiado y en la actualidad cobran por sus servicios aunque sea una miseria. Cada uno de nosotros teníamos uno de asignado por la compañía que contratamos.
Con lo que gastamos nosotros en un día cotidiano, ellos y sus familias subsisten en aquella isla durante un año entero.
Parece un cuento de hadas, tal como lo cuentas da pena pensar que se lleguen a contaminar con la civilización.
ResponderEliminarPero ocurrirá, tarde o temprano.
Es increíble que aún existan lugares que permanezcan "vírgenes", donde los habitantes sean felices con lo que tienen y no prime la avaricia ni el egoísmo.
ResponderEliminarNo me extraña que sueñes con esa niña, por lo que cuentas fue una experiencia de las que marcan para siempre, fantástica y la vez de las que te ponen los pies en la tierra y te hacen ver la realidad del mundo.
Ha sido muy bonito leerlo y está muy bien relatado.
Darth
Precioso relato Pep,voy a releerlo otra vez, me ha encantado.
ResponderEliminarPrecioso,Pep
ResponderEliminarYo debo ser una de esas capitalistas sin alma,porque me entran ganas de agarrar a la criatura,darle diez baños,cortarle las uñas y llevármela para casa.
Y sé que no está bien,que ella es feliz así,pero que le vamos a hacer,debe de ser la ama de casa que llevo dentro,que a la que ve a un crío con barro lo mete en la bañera
Que malos que somos los occidentales
Carmen
Jo!! Que bonito!! Mucho más bonito que Avatar y a la vez real...
ResponderEliminarShemba.
(Es que mientras lo leía me he acordado de esa peli...)
Muy interesante relato, mucho. Y la verdad, yo no encuentro tan acusada la pobreza. Si tienen suficientes alimentos, agua y refugio y no tienen el montón de cargas con las que vivimos en occidente, están en una situación mucho mejor que gente que no nos queda tan lejos.
ResponderEliminarLa comida además es variada, no como gente del Tíbet por ejemplo, que en origen su alimentación es muy rutinaria.
Recuerda más a la gente de las islas del Pacífico.
Me gusta mucho ese género de relatos documentales. Más, más!!
C'est moi. La mujer de las islas. :))