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La presidenta del rellano.

(1)intelligentsia o, en caracteres castellanos, inteliguentsia (del Latín intelligentia) es una clase social compuesta por personas involucradas en complejas actividades mentales y creativas orientadas al desarrollo y la diseminación de la cultura, incluyendo intelectuales y grupos sociales cercanos a ellos. El término ha sido tomado del ruso интеллигенция (transliterado como intellig(u)éntsiya), o bien del polaco. Los dos, a su vez, derivaron de la palabra francesa intelligence. Al comienzo, el término se aplicó en el contexto de Polonia, Rusia y más tarde, la Unión Soviética, y tuvo un significado más estrecho basado en la autodefinición de una cierta categoría de intelectuales.

domingo, 21 de marzo de 2010

LA ESENCIA DE LOS NIÑOS MUERTOS


LA ESENCIA DE LOS NIÑOS MUERTOS


-. Abran la 313, por favor.

Así empezó su primer día de trabajo el recién llegado José Velasco al psiquiátrico de Santa Ursulina de la Paz. Era un recién licenciado con ansia de ganarse un renombre y nada más hojear los informes de los internos, decidió que aquel caso era lo suficientemente interesante como para dedicarle sus recientes conocimientos sobre la mente humana. Quizá hasta podría hacer los incuestionables méritos como para que sus superiores le tuvieran en cuenta de inmediato y subir en rápida ascensión a un puesto más notable que el de simple evaluador de enfermos mentales crónicos e incomunicados por su posible peligrosidad.
Nada más abrir la puerta, el hedor a heces y orina le obligó a mostrar un rostro de evidente repugnancia, sin embargo hizo de tripas corazón y entró decidido a ejercer su labor, puesto que ese era su trabajo y antes que nada deseaba mostrarse ante los demás como un auténtico profesional, cosa que en ningún momento pusieron en duda los dos enfermeros que le acompañaban custodiando su seguridad personal.
La paciente de la 313 era una mujer de mediana edad llamada Claudia Agramunt, diagnosticada de esquizofrenia paranoide en un grado muy elevado que estaba en un rincón de la celda acolchada y embutida en una camisa de fuerza. Tenía el pelo grasiento y pegado a un rostro que antaño quizá fuera hermoso. No era esta su apariencia actual. Sus ojeras parecían moratones y estaba muy delgada a causa de su negativa en comer, por lo que era alimentada a la fuerza y con métodos no demasiado ortodoxos. Estaba temblando de pies a cabeza y empapada en sudor a pesar de la excelente temperatura que reinaba en el ambiente. En cuanto le vio se puso a la defensiva intentando levantarse visiblemente asustada. Su estado mental no difería mucho de algunos otros reclusos, sin embargo había algo en ella que la hacía diferente. Aquella paciente en su pasado ejercía la psiquiatría y eso hacía que su historial fuera único. Ahondar en la mente de un colega hacía que al Dr. Velasco le interesase especialmente, no tanto para dar un paso en favor de la ciencia sino por conveniencia y ambición personal.
Claudia Agramunt perdió la razón de la noche a la mañana supuestamente tras haber valorado a otro paciente hacía cosa de un año en el mismo centro y tras cometer varios e irreparables destrozos en los archivos del hospital, fue recluida en el mismo y encerrada en aquella celda a causa de su manifiesta violencia. En el informe constaba que a pesar de los tranquilizantes y antidepresivos que le suministraban, jamás dormía.

-. ¿Qué tal estamos hoy, Claudia? - Le preguntó de forma que pareciese rutinaria y a la vez profesional.

Ésta, al oír sus palabras, pareció tranquilizarse y mientras su boca adquiría una forma de grotesca y maliciosa sonrisa, le miró directamente a los ojos y susurró:
-. Tú eres nuevo,… verdad?

En aquel preciso momento hubo una reacción de sorpresa por parte de uno de los fornidos enfermeros.

-. ¡Es increíble! Es la primera vez que esta paciente habla desde que la incomunicaron. Debería usted hablar con el director general – Exclamó.

El doctor Velasco no estaba dispuesto a que nadie le pisara los méritos, así que su reacción fue de lo más contundente.

-. De eso nada. Yo llevo este caso y por lo tanto me hago responsable de él. Hagan el favor de retirarse. Yo me hago cargo – Ordenó contundentemente el ambicioso doctor.

-. Pero…
-. He dicho que yo me hago cargo. Si les necesito ya les llamaré. Esperen fuera.

Los dos enfermeros abandonaron la celda a regañadientes dejándole sólo con aquella paciente catalogada de peligrosa. Fue entonces cuando Velasco, poniéndose en cuclillas, empezó a interrogar con verdadero interés a Claudia.

-. ¿Deseas hablar conmigo, Claudia?
-. ¿Acaso serviría de algo? – Contestó ella burlonamente.
-. Estoy aquí para ayudarte.
-. Tú no puedes ayudarme. No sabes nada.
-. ¿Y según tú, que debería saber?

El rostro de Claudia se ensombreció de súbito desapareciendo aquella burlona sonrisa. Daba la impresión de estar aterrada.

-. ¡Los niños! – Dijo con voz entrecortada
-. ¿Qué niños? – Preguntó un sorprendido Velasco.
-. Los niños…Su esencia no desaparece cuando mueren. Se queda y dominan la relación del espacio/tiempo. Son los dueños de lo real cuando la irracionalidad nos traiciona. Sus inexpertas mentes nos manipulan al menor descuido. Por eso hay que estar atento, de lo contrario estás perdido.
-. Los niños cuando mueren van al cielo…
-. ¡Estúpido y engreído medicucho! No sabes nada. ¿Acaso ignoras que el cielo y el infierno no existen? – Vociferó visiblemente alterada.
-. No existe nada después de la muerte, pero ellos no lo saben y su esencia persiste. No, no es nada relacionado con Dios ni con el alma. Pero tú no puedes entender eso. No lo has vivido – Prosiguió.
-. Y tú si – Afirmó mofándose Velasco.

La sonrisa maquiavélica volvió al rostro de la desquiciada Claudia. Sus ojos se clavaron como agujas en los del inexperto doctor, desafiantes al igual que su peculiar propuesta.

-. Pasa una noche entera aquí y lo podrás comprobar por ti mismo.

Y diciendo esto, se sumió de nuevo en el estado catatónico en que había estado antes de la reciente visita.

Si hasta el momento se había interesado por aquel caso, la conversación mantenida no hizo más que aumentar su curiosidad, por lo que decidió visitar al director general, no para hacerle ninguna consulta en particular, sino para obtener información y sacarle más partido a lo que tendría que ser un dictamen que lo catapultara en rápida ascensión de cara a su carrera y verdaderamente lo que consiguió fueron unos datos bastante interesantes para alcanzar dicha meta.
En la misma celda había estado recluida una paciente de lo más peculiar y a la par con un historial muy triste.
Era un raro caso de esquizofrenia que afectaba a una niña de siete años. La esquizofrenia por regla general nunca se manifestaba en personas menores. Aquel era un caso aparte y más teniendo en cuenta de que quién la atendía era la persona que ahora ocupaba aquella acolchada habitación para casos extremadamente violentos. Lo más curioso del caso, es que aquella niña muriera de muerte súbita mientras había estado siendo dictaminada por la doctora Agramunt. Si conseguía más información por boca de la paciente, seguro que conseguiría su propósito. Era un reto que no quería dejarse perder.

Bajo sus órdenes, los enfermeros colocaron una cama con arneses en la habitación y tras haber despojado de la camisa de fuerza a la paciente, procedieron a atarla con firmeza para que no hubiese ningún altercado durante el experimento que quería realizar el doctor Velasco. Claudia por su parte no hizo ningún manifiesto ni ademán de rechazo ante aquella práctica. Seguía ausente de toda realidad.
Antes de que oscureciera, Velasco intentó en vano que Claudia respondiera a todas sus preguntas, sin embargo al ir apagándose el día, con sorpresa, un murmullo salió de la boca de ella.

-. No cierres los ojos – Dijo con voz cantarina.

Las horas pasaron y la penumbra empezó a invadir la celda. Los ojos de Velasco se empezaron a acostumbrar a aquella oscuridad y al mutismo de la paciente, mientras tomaba notas con una grabadora sentado en un rincón y apoyando la espalda en la blanda pared. El cansancio de una jornada laboral completa empezó a hacer mella en su físico cuando de pronto le pareció percibir algo anormal dentro de lo que ya no respondía de por sí a la normalidad en aquel lugar, situación y en aquellas intempestivas horas. ¿Era su mente o tal vez un producto de su progresiva pesadez en los párpados? La cuestión era que efectivamente una especie de oscura bruma comenzó a materializarse a medida que, lenta pero inexorablemente, avanzaba hacia él. A escasa distancia la difusa imagen empezó a cobrar sentido y de la misma manera en que a veces distinguimos imágenes en las nubes, la forma cándida de unos niños se materializó ante sí. Eran extraños, con los cabellos cubriéndoles parte de un rostro desquiciado por algún desconocido dolor psíquico. Sus bocas estaban abiertas de par en par y sus ojos parecían vacíos. Sus diminutos y etéreos brazos se alargaban amenazantes hacia él como si quisieran abrazarle y Velasco, en un ataque de pánico y a modo de defensiva, se tapó los ojos con las manos para no visualizar el terror que sentía en aquellos momentos de angustia. El alarido se oyó en todo el corredor de las celdas y risas burlonas de los reclusos en estas le precedieron.


-. Abran la 313, por favor.

Lo primero que observó, fue el rostro invadido por el pánico del paciente José Velasco. Estaba sentado en un rincón de la habitación, atado con una camisa de fuerza. Babeaba y todo su cuerpo bañado en sudor frío se convulsionaba con espasmos y temblores.
Tras una breve inspección ocular, llegó a la conclusión de que el paciente empeoraba paulatinamente y así se lo hizo saber a sus enfermeros acompañantes.

-. El paciente no mejora. Si no duerme, al final se van a resentir sus órganos vitales. Lleva ya demasiado tiempo en esta situación. Por favor, tomen nota. A partir de hoy se le va a aumentar en 5 miligramos su ración de ansiolítico para ver si así puede descansar satisfactoriamente. Es necesario que duerma.

-. De acuerdo, doctora Agramunt – Contestó el enfermero encargado – Tomo nota.

PEP TREMPAT

lunes, 15 de marzo de 2010

INSOMNIO


INSOMNIO

Hoy he vuelto a tener pesadillas en mis escasas horas de sueño.
Me paso las noches en vela desde hace bastantes meses, y a pesar de haber acudido al médico y de tomarme esas pastillas que me recetó, sigo con este insomnio que me atormenta y me deprime. De día no coordino bien debido al cansancio y cuando por fin llega la hora del tan ansiado reposo, no consigo cerrar los ojos y pasan ante mí imágenes que me aterran hasta el punto de creer que me estoy volviendo loco. Sin embargo no llego a entender el motivo por el cual me pasa eso.

Como casi cada día me levanto mucho antes de la salida del sol. Estoy muy cansado y ni siquiera me apetece afeitarme. De hecho, hace días que no lo hago y mi incipiente barba empieza a darme un aspecto de dejadez parecida a la de cualquier pordiosero de los que duermen en la calle. Lo sé porqué a tren de alba me he visto reflejado en el rostro de alguno de ellos que duermen en los rellanos de escaleras o en algún cajero automático envueltos en cartones y periódicos viejos, como el que me encontré ayer a las 4 de la madrugada en una de las muchas oficinas a las que acudo a esa hora para sacar el dinero necesario para pasar el día. No me gusta llevar encima demasiado en metálico por temor a que me asalten. A esas horas hay mucho delincuente suelto. Bandas de jóvenes “skin”, agresivos invaden las calles y a medida que pasa el tiempo la cosa empeora. Pasear se ha transformado en una auténtica aventura, pues a ello se le ha sumado gran cantidad de “yonkis” en busca de dinero para comprar su ración diaria. Inmigrantes sin sueldo en busca de algo que llevarse a la boca o simples ladrones que utilizan la violencia para sufragar sus gastos sin tener que trabajar. Una verdadera odisea circular por mi barrio a no ser que te confundas con ellos con un pasamontañas y armado con un cuchillo de amenazantes proporciones.

La misma rutina de siempre. Levantarme, vestirme, salir de casa con mis ojeras y mi viejo abrigo a esperar que el aire fresco me devuelva mi aspecto humano. Todo ello en vano, por supuesto. Sigo por las calles como alma en pena y a pesar de mi temor, insisto en ello día tras día intentando alcanzar una meta a la cual nunca llego. A pesar de mi cansancio, cada vez voy más lejos convencido de que cuando llegue la noche y después de mi horario laboral podré por fin descansar adecuadamente. Cada día lo mismo y todo resulta inútil…

El cajero automático no está vacío, casi como de costumbre. Abro la puerta y el hedor que desprende el adormecido bulto que yace en el suelo se me hace insoportable. Intento despertarle tocándole con la punta del pie y recibo un gruñido como respuesta. El apestoso indigente me obsequia con una burlona sonrisa, enseñándome sus podridos dientes y oliendo a vino barato. Al final desisto. Ya sacaré dinero mañana. Por hoy no lo necesito.

Sigo con mi paseo matutino y ahora me obstruye el paso una vieja prostituta salida de repente de un angosto callejón. Sus indecentes propuestas me asquean al igual que sus dientes manchados de carmín. Por un momento se me aparece la nauseabunda imagen del indigente del cajero y me deshago de ella sin ningún miramiento con repugnancia. ¡Mierda de sociedad….!

A las 6 de la mañana por fin encuentro una cafetería abierta. Busco en el interior del bolsillo de mi raído abrigo y encuentro la suficiente cantidad de dinero para un pequeño desayuno. No voy a pedir café. Sólo me faltaría añadir cafeína a mi organismo para que contribuyera a mi persistente insomnio. Una infusión y un bollo tienen que ser suficientes para la jornada laboral que pronto va a empezar. Mi falta de apetito hace que ni siquiera pueda terminarme tan austera comida. Pago en metálico y me dirijo a la fábrica.

La jornada laboral ha sido larga y pesada. Cuando recupero mi abrigo de la taquilla me siento agotado. Si sigo así me van a despedir. No me concentro y eso repercute en mi trabajo. Como casi cada día me convenzo de que una buena comida y una posterior siesta harán que me recupere, pero estoy equivocado. Cuando llego a casa me preparo una comida ligera que nunca termino y luego me siento en el sillón con la “tele” puesta para que me venga el sueño reparador. Me sobresalto y compruebo con cierta satisfacción que efectivamente he quedado adormilado por espacio de una media hora. No es que me sienta mejor, pero algo es algo. La “tele” nunca falla.

Debería hacer algo más de ejercicio de cara a la noche, pero me veo incapaz. Quizá sería conveniente volver a salir a pasear de nuevo. Observo con disgusto mi desgastado y viejo abrigo y me pregunto cual podría ser el motivo de que quiera seguir conservándolo y no me viene ninguno en mente. Raído y algo manchado ya va siendo hora de que lo jubile. Decidido, lo meto en una bolsa de basura, me pongo un grueso jersey de lana y salgo de casa con la firme determinación de sustituirlo por otra prenda. Cuando llego a la calle, tiro la bolsa que contiene mi ancestral prensa de invierno en un contenedor de basura y me dirijo a una tienda de deportes. Escojo un discreto pero holgado y cómodo anorak que está de rebajas. Pago con tarjeta de crédito y regreso a casa satisfecho de mi decisión.

Las horas han vuelto a pasar despacio, limpiando la casa, poniendo una lavadora y haciendo otras tareas domésticas hasta llegar a la cena. Como de costumbre no tengo hambre y tan sólo me contento con una sopa de sobre que me termino a duras penas. Vuelta a mirar la “tele” con la falsa esperanza de que me vuelva a quedar dormido. Están dando las noticias y como de costumbre son malas. La crisis, la guerra de Afganistán, un terremoto en Chile, los malditos políticos que no se ponen de acuerdo y el asesinato ocurrido esta madrugada de una prostituta y un indigente en un cajero automático. Los dos han sido degollados al parecer con un cuchillo de grandes dimensiones a manos de un individuo que ha sido filmado por la cámara de seguridad del cajero y que según parece llevaba un pasamontañas e iba vestido con un viejo abrigo.
¡Mierda de sociedad…!

Pep Trempat