Era
una noche, fría, inmensa, oscura, Marta caminaba sin rumbo fijo,
había salido de casa sin saber por qué, llevaba su bata y sus
zapatillas de estar por casa, caminaba de prisa. De pronto, llegó al
parque, no estaba muy lejos de su casa. Miró para todas partes,
buscando su casa, pero le pareció que estaba a miles de kilómetros.
No fue capaz de encontrar su bloque con la mirada. Se sentó en un
banco, a esperar, sin saber lo que esperaba. Al cabo de unos minutos
se acercó un mendigo y le pidió unas monedas, iba borracho y muy
sucio. Ella se asustó, no contestó se levantó y se alejó unos
metros. Se aseguró que el mendigo no la seguía. Se metió por una
pequeña callejuela, mal iluminada y con un fuerte olor a orines
resecos, fue su perdición, de la oscuridad salió una sombra fuerte,
grande, corpulenta, que le asestó una par de cuchilladas. Con una
brutalidad inusitada, sin remordimientos, sin perdón.
Al
día siguiente, el día amaneció limpio y soleado. Nadie echó de
menos a Marta, sólo su gata, maullaba sin parar, su dueña no le
había puesto la comida. El animal presagiaba algo, no dejaba de
maullar, lloraba, estuvo todo el día esperándola, no llegaba.
Mientras
tanto, Marta yacía en el suelo, bocarriba, con un par de puñaladas
en el abdomen, que la habían hecho retorcerse de dolor durante unas
cuantas horas, se había desangrado, la sangre manchaba su ropa, y
parte de los adoquines de la calle. La lividez de su rostro y la
fijeza en su mirada indicaba que ya era cadáver.
Un
gritó indicó su descubrimiento, alguien había pasado por aquel
callejón, y vio el cadáver de Marta. En pocos minutos llegó la
policía, y un grupo nutrido de curiosos se agolpaban alrededor del
cordón policial.
Marta
fue enterrada en una fosa común, no tenía parientes ni nadie que la
conociera lo suficientemente bien, como para hacerse cargo de ella.
Su gata iba cada día a su tumba a visitarla, estuvo muchos días
yendo, el animal, no quería comer, un día encontraron el cadáver
de la gata, encima de la tumba de su dueña, estaba enroscada como
lo hacía en casa, cuando se tumbaba en el regazo de Marta.
Efectivamente a veces los animales dan mucha más muestras de afecto que las personas.
ResponderEliminarBeso.
El amor de los animales es puro, sincero y nada interesado. Triste historía de una realidad tan fictícia como real.
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