Sus lágrimas eran secadas por el fuerte viento salado que provenía del mar a través de los gruesos barrotes, dándole a su rostro maquillado un aspecto de extrema desazón. Un maquillaje que se difuminaba dejando al descubierto las marcas de su pasado.
En su interior se había desatado una cruenta batalla la cual se desarrollaba entre la duda del bien y del mal. ¿Qué se suponía que era su mejor opción? Hubiese sido del todo incongruente alegrarse por la pérdida de ese ser tan querido y sin embargo su amargura estaba luchando con una paz y una calma que no pudo tener en mucho tiempo.
Las fuerzas se le habían agotado, pero un nuevo horizonte parecía vislumbrarse a lo lejos. Aún esposada y encerrada volvería a reencontrar su libertad. Lloró por su muerte tanto como le quiso en vida y se alegró también al confesar que fue ella misma la que le mató con un cuchillo de cocina, en el mismo momento que él se abalanzaba para volver a golpearla sin motivo aparente.