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La presidenta del rellano.

(1)intelligentsia o, en caracteres castellanos, inteliguentsia (del Latín intelligentia) es una clase social compuesta por personas involucradas en complejas actividades mentales y creativas orientadas al desarrollo y la diseminación de la cultura, incluyendo intelectuales y grupos sociales cercanos a ellos. El término ha sido tomado del ruso интеллигенция (transliterado como intellig(u)éntsiya), o bien del polaco. Los dos, a su vez, derivaron de la palabra francesa intelligence. Al comienzo, el término se aplicó en el contexto de Polonia, Rusia y más tarde, la Unión Soviética, y tuvo un significado más estrecho basado en la autodefinición de una cierta categoría de intelectuales.

domingo, 20 de marzo de 2011

MALDITA CRISIS


Maldita crisis

Sin lugar a dudas ha cambiado. Son muchos los años que sigo viniendo a pasar unos días en este bonito lugar costero y es innegable que ha cambiado en muchos aspectos.

Ayer estaba sentado en un banco del paseo marítimo esperando a que llegase la hora de la cena mientras observaba los múltiples detalles que me hicieron llegar a este convencimiento. Infinidad de carteles colgados en casas, pisos, locales y apartamentos, no ya a segunda o tercera línea de mar, si no a lugares muy privilegiados, anunciando su alquiler o su venta que no se va a realizar a no ser que bajen los precios mucho más de lo que ya lo están haciendo ahora.

Los turistas ingleses, alemanes y franceses brillaban por su ausencia a excepción de algún que otro matrimonio de escasos recursos que consumían un simple helado de cucurucho o bebiendo una coca cola de lata y sin pajita. Eso sí, las señoras turistas con pareja seguían siendo gordas, rubias y con la piel de color granate aunque no hubiera ningún sol radiante. Bien al contrario, era un día de cielo plomizo que amenazaba lluvia desde buena mañana aunque no acababa de decidirse. Supongo que a pesar de estar oculto, el astro rey sigue haciendo de las suyas sin consultarnos.

Con todo, la temperatura era agobiante ya que era pleno mes de julio, temporada que en años anteriores estaba abarrotado de un ir y venir de multitud de turistas de muy dispares lugares que se sentaban en las terrazas a disfrutar de las vistas mientras consumían unas copas de helados y frutas monumentales o bien de unas enormes jarras de refrescante cerveza o sangría que hacía juego con sus sonrosados rostros. Ahora en cambio, las terrazas estaban vacías a excepción de algunos camareros que se distraían haciendo juegos malabares con sus bandejas y esperando algún cliente que raramente llegaba.

Me pregunté que había pasado con las famosas suecas de antaño y del griterío de los adolescentes en estado etílico a media tarde.

Los únicos transeúntes eran del país y sólo consumían calzado, ya que su distracción consistía en pasear lánguidamente por el paseo marítimo con la mirada perdida al frente, no fuera caso que nadie les insistiera en que comprasen alguna bagatela de la que no tenían ninguna necesidad de comprar.

Estuve largo rato observándolos pasar y catalogando a muchos de ellos. La típica pareja cincuentona que caminaba porqué les habían dicho que hacerlo era saludable. Algún que otro grupo de chicas adolescentes con sus bonitas caras desfiguradas por innumerables “pircings” en labios, orejas, cejas y nariz. Por cierto que algunos de estos últimos, más se asemejaban a otra cosa, con lo cual se me hacían un tanto desagradables a la vista. Naturalmente tenían que ir a la moda, por lo que el calzado tenía que ser como menos original, y que más original que unas sandalias de tacón alto. A ratos tenían que hacer retroceder la punta del pie a consecuencia del dolor que les ocasionaba entre los dedos por tener que soportar el continuo resbalar de éste hacia adelante. Hacían un pequeño alto en su camino de manera muy natural; un pequeño gesto inclinando el tacón hacia atrás para que se les colocara de nuevo el pie en su lugar y a unos cuantos metros repetían la acción con el otro. Comprendí que para lucir hay que sufrir, aunque no encontré motivo para ello ante la ausencia de presas a las que cazar.

Un perro minusválido me sacó de repente de mis observaciones. Paseaba con su dueña con las patas traseras apoyadas en un carrito mientras caminaba con las delanteras. Pensé en lo privilegiado que había sido aquel animal en su adopción.

Una madre anoréxica con pantalones azules muy chillones y ajustados caminaba aprisa empujando un cochecito con un bebé que no paraba de chillar y al que hacía caso omiso.

Un hombre andaba lentamente mientras hablaba por teléfono lamentándose a alguien de que no podría pagar la hipoteca porqué ninguno de los inquilinos de sus varios apartamentos le había satisfecho la mensualidad. Tengo que reconocer que no me inspiró ninguna lástima.

A unos metros de distancia, había unos pequeños tenderetes cuyos dueños pretendían vender sus productos a los inexistentes clientes. Una chica de color no paraba de hacer trencitas en el pelo de su hija como reclamo. Un tatuador de tatuajes temporales con cara de delincuente pasaba de todo cantando a plena voz el “Mirando al mar” de Jorge Sepúlveda para evitar los bostezos, un confeccionador de pendientes y collares de cuentas coloreadas se desperezaba descaradamente y encendía un cigarrillo tras otro ante su nula clientela, una vendedora de tarros de miel conversaba con una caricaturista mientras iban pasando los minutos sin que nadie reparara en ellos o al menos sin mostrar ningún interés por todo lo que ofrecían. Cuadros de arena, cinturones de piel, postales hechas a mano, pareos chillones y un sinfín de inutilidades sin poder vender.

Con todo, llego la hora de la cena. Mi estómago me la reclamaba, así que me decidí por uno de mis restaurantes favoritos. Cuando crucé la calle, me llamó la atención la cantidad de coches de alta gama que habían circulando y supuse que todos aquellos conductores con sus respectivos pasajeros iban a hacer lo mismo que yo, pero…dónde? Pensé que igual cenarían encerrados en sus casas para así ahorrar y poder pagar los créditos de aquellos lujosos automóviles. Los innumerables restaurantes que saltaban a la vista estaban desérticos al igual que al que yo me estaba dirigiendo.

Me senté en la terraza porqué en el interior estaba prohibido fumar, aunque pensé que no era necesario, ya que no podía envenenar a nadie porqué como todo lo demás, estaba vacío de comensales.

Mientras pensaba con cierta añoranza en como había degenerado aquel entorno que había estado tan multitudinario y lleno de bullicio, me comí un rape pescado del día con una salsa marinera excelente, acompañado de unas almejas de Carril y unas gambas de Palamós. Lo regué con un vino blanco Chardonnay del Penedés Pere Ventura fresquísimo y para colofón me comí unas fresitas de bosque con crema catalana anegada.

Maldita crisis…